lunes, 26 de septiembre de 2011

Power out

¿Qué vas a hacer cuando no haya luz? ¿Qué vas a hacer cuando nada más prenda? Sin televisores, sin computadoras, sin celulares, sin fábricas. Cuando no puedas ir a comprar comida y vivir en la capital sea un problema. Cuando tu seguridad se desplome y las sombras invadan todo. Y la noche sea lo que más temas. Cuando no puedas reconocer a quienes te rodean y ya no sepas quién te va a hacer daño. Vas a dar el golpe, supervivencia del más apto. Y la gente conectada a máquinas morirá y entenderás que no todos tienen que vivir. Y entenderás que las formalidades eran estúpidas, ya nadie te proveerá lo que necesitas. ¿Colectividad o individualismo? ¿Saldrán todos a visitarte en bicicleta o la calle será una jungla plagada de ladrones que te esperan con fierros? Conocerás la verdadera naturaleza del hombre. No somos ciegos, ya no hay máscaras. Y veamos si existe la gente buena. Se llenarán las iglesias pero nadie tendrá respuestas. ¿Volver a comenzar? Tomará meses. Prepárate para la crisis. Y entonces te das cuenta de que todo fue una gran mentira: el matrimonio, todo lo que no hiciste, todo lo que estudiaste. Te darás cuenta de eso que realmente importa; una pista: no es la opinión de los demás ni qué dicen de ti ni cómo te miran. Educación para no saber hacer tu propia comida. A ver quién invade la capital ahora. Todos querrán ir donde puedan cultivar y criar. Aquí no hay un solo animal para comer. Y las únicas canciones que quedan están en tu cabeza, nunca tocaste un instrumento. Llenaste tu vida de facilidades, ¿qué vas a hacer ahora?

domingo, 18 de septiembre de 2011

I regret nothing

Siempre fui una persona muy cauta, siempre viví pensando en las consecuencias más ínfimas que podían tener cada una de mis acciones. No era muy feliz. Veía a las demás personas hacer cosas que yo nunca me atrevería a hacer porque "no tenían sentido, eran vacías", juzgaba a los demás desde arriba pero de alguna manera envidiaba su inconsciencia. Ojalá yo pudiera hacer eso, vivir sin pensar en todo lo malo, pero no puedo.

Era así. Era. Una serie de factores fueron cambiando mi manera de pensar, entre libros y canciones y reflexiones y poemas y escribir esto, me fui dando cuenta de que atormentarme tanto por tratar de hacer todo perfectamente era tonto, que no podía ser perfecta y que la gente supera rápidamente las cosas, ni siquiera notan algunas de las cosas que yo consideraba fundamentales. Me preocupaba demasiado y era momento de no hacerlo, vivir sin tanto miedo.

Desde hace unos meses soy más feliz.

Le dije a unos amigos: "Ya no puedo confesarme". Se supone que al confesarte vas y dices "Padre, estoy arrepentida, he pecado" pero, seriamente, no estoy arrepentida de nada. I regret nothing. Quizás debería pero no. Estoy aprendiendo de todo lo que hago y soy más feliz que nunca. No podría ir y decir que estoy arrepentida y que no volvería a hacerlo porque sería mentira. No me arrepiento de nada de lo que hago. Aprendo de todo, ya no considero que sean errores, no sé si tenga la razón pero se siente bien y eso basta. Soy feliz.


Ja. Es una buena manera de vivir. Tampoco hablo de que estoy viviendo en los extremos pero definitivamentes soy menos dura conmigo y eso es muy bueno. Ya era hora. Nos vemos, amiguis.

C'est tout.

martes, 6 de septiembre de 2011

Conociendo Huayllay

Yo nunca había ido a la Sierra. La máxima altura a la que había llegado en mi vida era probablemente Chosica. Si bien he realizado varios viajes a diferentes países, estos siempre han sido a lugares en la costa, es decir, al nivel del mar. Por eso cuando me propusieron ir a Huayllay, en Pasco, a 4300msnm, sentí miedo.

La propuesta era irresistible: un viaje de fin de semana con mis amigos de la selección de escalada deportiva, promovido por la municipalidad de Huayllay, con el apoyo de la Unalm y competencia de escalada incluida, todo con motivo del XV Rural Tour de Huayllay. La única parte difícil sería convencer a mis padres de que me den permiso, lo cual, para mi muy grata sorpresa, resultó ser extremadamente fácil. Antes de notarlo, ya estaba en la estación de buses esperando partir.

El viaje en bus fue no tuvo ningún sobresalto pero aun así fue una experiencia no grata. Siempre me han dado miedo los carros grandes, su tamaño me hace dudar de su agilidad y al momento de las curvas los nervios me matan. En fin, sobreviví.

Llegamos a Huayllay aproximadamente a las 7am de viernes y desde el comienzo el paisaje me deslumbró. Aún en el taxi, la vista era increíble. Parecía que el mar estaba a nuestro lado, el sol brillaba en todo su esplendor y el cielo tenía un celeste hermoso. Apenas vi las rocas supe que quería escalar. Apenas bajé del taxi supe que no podía, me era imposible caminar más de 10 metros sin agitarme, nunca me había sentido así. Había tomado pastillas para evitar dolores de cabeza y nauseas, pero nada podía prevenirme de la aparente falta de aire.

Desayunamos, contamos chistes y estábamos listos para dormir; pero la casa no estaba lista para nosotros. Tuvimos que esperar horas antes de saber con certeza dónde nos quedaríamos. Para hacer tiempo caminamos, decidimos ir a ver rutas para escalar y conocer el famoso círculo magnético. Tuve que parar tres veces antes de terminar de subir la colina, dos más al bajar, y en la mitad de la pampa miré a un compañero y le dije “Ya fue, no la hago.” Me eché en el pasto a dormir mientras ellos se iban a caminar, estaba demasiado cansada y casi no podía respirar.

Horas después nos reencontramos y nos dieron la agradable noticia sobre nuestro hospedaje: había sido ocupado por otra delegación y por eso nos asignarían otro. Terminamos quedándonos en una garita turística de dos pisos (de no más de veinte metros cuadrados cada uno), sin electricidad, a medio kilómetro del lugar donde se celebraría el festival. Todo un reto. Con algunos colchones, frazadas, y las ganas de ordenar todo de uno de mis amigos, terminó siendo nuestra pequeña casa.

El sábado en la mañana se llevó a cabo la competencia. Habían tres categorías: niños, niñas y mayores. Durante el desarrollo de las primeras dos me la pasé cambiando arneses rapidísimo y dándoles ánimo a los concursantes, que estaban un poco nerviosos pero emocionados. En cuanto al turno de mayores, yo competiría por lo que puedo decir con seguridad que estaba más nerviosa que todos los niños a quienes había ayudado con el arnés. Cuando fue mi turno, decidí sacarme la casaca y subir en polo; primer error.

La roca facilitaba el ascenso por la ruta, los huecos eran lo suficientemente grandes como para acomodar bien la mano, aunque el material de la misma no ayudaba mucho, era muy abrasiva. En fin, comencé a subir y a los 3 metros ya me costaba respirar. Tenía cuatro minutos para subir y me pasé más de la mitad de ellos quieta porque no podía respirar. De todos modos trataba de subir porque había ido representando a la universidad y quería que ganemos. Solo pensaba en soltarme pero de alguna manera seguía escalando, hasta que mis dedos estuvieron demasiado fríos y no quisieron cooperar más. Y terminaron los cuatro minutos. Cuando bajé no podía pararme, estaba agotada. Pero valió la pena. Al final quedé sexta y gané uno de los premios.

El tiempo restante pasó entre bailes, conciertos, fiestas y más escalada, así como una muy merecida visita a las aguas termales.

Los habitantes de Huayllay, a pesar de los problemas de organización que pudimos tener, siempre se mostraron amables con nosotros. Cuando escalábamos por nuestra cuenta paraban a vernos y hasta aplaudieron a un amigo cuando cayó haciendo una movida difícil. Nunca dudaron en ofrecernos un lugar para almorzar o invitarnos a más actividades.

Antes de irnos, una señora me detuvo y me dijo “¿Ya se van? ¡Por favor vuelvan el próximo año!”. La sinceridad con la que dijo esa frase me conmovió, parecía que en verdad había disfrutado nuestra compañía y realmente nos quería volver a ver. Le sonreí enternecida y le dije “Volveremos.”

Fue un muy buen viaje.