Nota previa: Escribí esto para la clase de un amigo más o menos a comienzos de noviembre. Condensa lo expuesto a lo largo de las entradas del blog, pero como no escribo hace tiempo pensé en compartirlo por mientras. :)
El proyecto de Unión Civil No Matrimonial
entre personas del mismo sexo fue presentado al congreso en setiembre de 2013 y
desde entonces ha desatado fuertes opiniones tanto a favor como en contra.
Este proyecto propone otorgarle los mismos
beneficios de pareja que gozan las parejas casadas a las parejas homosexuales
que deseen unirse civilmente, a excepción del derecho a adoptar hijos juntos.
La idea no suena descabellada tomando en cuenta que las parejas homosexuales
actualmente se encuentran al margen de la ley y suelen pasar por muchas
dificultades por la falta de legislación que las regule; sin embargo, los
argumentos opositores abundan.
"Llevan muchísimos años
viviendo así, ¿por qué tienen que cambiarlo ahora?", "¿pero cuáles
son realmente las posibilidades de que no los dejen entrar al velorio de su
pareja?", "no son los derechos humanos más importantes a
reclamar", "no importa si es justo o no, la ley es así",
"no estamos listos." Estas razones son, francamente, espeluznantes,
pues reflejan la voluntad de las personas para perpetuar desigualdades con tal
de no ver su realidad ligeramente perturbada, olvidando que hablan de seres
humanos, reales, con una sola vida.
Las parejas homosexuales siempre
han existido y lo han hecho hasta ahora al margen de la ley y la sociedad, por
ser tildadas de inmorales, enfermas y por poco señal del apocalipsis. Se les ha
pedido abstinencia para ser aceptados, castidad para ir al cielo, y escondite
si deciden existir. Y nada de eso es justo.
No existe una razón válida para
que deba ser así, no más allá del “me incomodan y deben adecuarse a mí”, no más
allá de la incapacidad tremenda de ponerse en el lugar del otro. Siempre ha
sido más fácil deshumanizar al diferente que admitir que nunca debió existir esa
desigualdad y se deben dar las disculpas del caso. Siempre ha sido más fácil
voltear la mirada. Pero, ¿hasta cuándo?
La semana pasada el Poder
Judicial se convirtió en la cuarta entidad del estado en mostrarse a favor,
llegando a decir que “reivindica los derechos de la minoría homosexual, los
incluye y los acepta. Además de fomentar la igualdad y el respeto por nuestros
semejantes.” Pero, a pesar de contar con este respaldo, el proyecto sigue
estancado en el congreso. Entonces, ¿qué falta?
Superar una gran traba, la que
dice “el matrimonio tiene como fin recrear y una pareja LGTB no puede lograrlo
de manera natural; además, existen otras maneras, a través de contratos y
notarios, mediante las cuales se pueden obtener casi todos los beneficios
solicitados; no se legisla según sentimientos.”
Y, hasta cierto punto, es verdad.
En papel. Porque reducirlo a esto es negar una verdad fundamental: El ser
humano es un ser social, y reconocerse y ser reconocido por los demás en
sociedad es parte fundamental de la dignidad humana.
Si se tratara solo de un contrato
entre dos personas no existirían las ceremonias, los vestidos de novia y las
infinidades de publicaciones que aconsejan cómo celebrar el gran día. Si fuera
una cuestión de tener hijos serían obligatorias las pruebas de fertilidad y
firmar un compromiso con el estado para reproducirse; pero todos saben que no
es así. En realidad, es un símbolo, como tantos otros que ha instaurado el
humano dentro de su experiencia en la Tierra, y quizás sea el más grande de todos,
porque implica un compromiso de por vida. Es un símbolo de madurez, de
responsabilidad, una manera de proclamar a todas las personas importantes de la
vida de los contrayentes, y la sociedad civil, que se decide comenzar una vida
en común, junto a una sola persona, prometiendo fidelidad y compromiso hasta el
fin; es una manera de celebrar el amor.
Y eso, ese rito, es lo que no se
quiere otorgar, porque no se quiere equiparar ese amor al heterosexual, porque
no se quiere reconocer que la capacidad de enamorarse, amar, y comprometerse no
es exclusiva de los heterosexuales, porque no se quiere reconocer que estos
seres percibidos como extraños y erróneos tienen exactamente las mismas
capacidades que uno.
Peor aún: no importa aplastar,
aislar e invisibilizar a otra generación de jóvenes LGTB con tal de no salir de
la zona de confort y verse obligado a enfrentar una realidad diferente a la
propia, y esto es, sinceramente, de lo más mezquino que se puede hacer.
Ya es hora de reivindicar, de proteger,
de reconocer a estas personas que se sienten tan enamoradas como cualquier
otra, que pasan por los mismos problemas de pareja, que también deciden día a
día comprometerse y amarse, y por alguna razón se les niega la oportunidad de
vivir su amor con la libertad y plenitud merecida, tomada como un hecho por
tantos, todo por un cromosoma de diferencia. Y no, no hace la diferencia. Es
momento de detener esa segregación sin sentido. Es momento de Unión Civil.
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