martes, 6 de septiembre de 2011

Conociendo Huayllay

Yo nunca había ido a la Sierra. La máxima altura a la que había llegado en mi vida era probablemente Chosica. Si bien he realizado varios viajes a diferentes países, estos siempre han sido a lugares en la costa, es decir, al nivel del mar. Por eso cuando me propusieron ir a Huayllay, en Pasco, a 4300msnm, sentí miedo.

La propuesta era irresistible: un viaje de fin de semana con mis amigos de la selección de escalada deportiva, promovido por la municipalidad de Huayllay, con el apoyo de la Unalm y competencia de escalada incluida, todo con motivo del XV Rural Tour de Huayllay. La única parte difícil sería convencer a mis padres de que me den permiso, lo cual, para mi muy grata sorpresa, resultó ser extremadamente fácil. Antes de notarlo, ya estaba en la estación de buses esperando partir.

El viaje en bus fue no tuvo ningún sobresalto pero aun así fue una experiencia no grata. Siempre me han dado miedo los carros grandes, su tamaño me hace dudar de su agilidad y al momento de las curvas los nervios me matan. En fin, sobreviví.

Llegamos a Huayllay aproximadamente a las 7am de viernes y desde el comienzo el paisaje me deslumbró. Aún en el taxi, la vista era increíble. Parecía que el mar estaba a nuestro lado, el sol brillaba en todo su esplendor y el cielo tenía un celeste hermoso. Apenas vi las rocas supe que quería escalar. Apenas bajé del taxi supe que no podía, me era imposible caminar más de 10 metros sin agitarme, nunca me había sentido así. Había tomado pastillas para evitar dolores de cabeza y nauseas, pero nada podía prevenirme de la aparente falta de aire.

Desayunamos, contamos chistes y estábamos listos para dormir; pero la casa no estaba lista para nosotros. Tuvimos que esperar horas antes de saber con certeza dónde nos quedaríamos. Para hacer tiempo caminamos, decidimos ir a ver rutas para escalar y conocer el famoso círculo magnético. Tuve que parar tres veces antes de terminar de subir la colina, dos más al bajar, y en la mitad de la pampa miré a un compañero y le dije “Ya fue, no la hago.” Me eché en el pasto a dormir mientras ellos se iban a caminar, estaba demasiado cansada y casi no podía respirar.

Horas después nos reencontramos y nos dieron la agradable noticia sobre nuestro hospedaje: había sido ocupado por otra delegación y por eso nos asignarían otro. Terminamos quedándonos en una garita turística de dos pisos (de no más de veinte metros cuadrados cada uno), sin electricidad, a medio kilómetro del lugar donde se celebraría el festival. Todo un reto. Con algunos colchones, frazadas, y las ganas de ordenar todo de uno de mis amigos, terminó siendo nuestra pequeña casa.

El sábado en la mañana se llevó a cabo la competencia. Habían tres categorías: niños, niñas y mayores. Durante el desarrollo de las primeras dos me la pasé cambiando arneses rapidísimo y dándoles ánimo a los concursantes, que estaban un poco nerviosos pero emocionados. En cuanto al turno de mayores, yo competiría por lo que puedo decir con seguridad que estaba más nerviosa que todos los niños a quienes había ayudado con el arnés. Cuando fue mi turno, decidí sacarme la casaca y subir en polo; primer error.

La roca facilitaba el ascenso por la ruta, los huecos eran lo suficientemente grandes como para acomodar bien la mano, aunque el material de la misma no ayudaba mucho, era muy abrasiva. En fin, comencé a subir y a los 3 metros ya me costaba respirar. Tenía cuatro minutos para subir y me pasé más de la mitad de ellos quieta porque no podía respirar. De todos modos trataba de subir porque había ido representando a la universidad y quería que ganemos. Solo pensaba en soltarme pero de alguna manera seguía escalando, hasta que mis dedos estuvieron demasiado fríos y no quisieron cooperar más. Y terminaron los cuatro minutos. Cuando bajé no podía pararme, estaba agotada. Pero valió la pena. Al final quedé sexta y gané uno de los premios.

El tiempo restante pasó entre bailes, conciertos, fiestas y más escalada, así como una muy merecida visita a las aguas termales.

Los habitantes de Huayllay, a pesar de los problemas de organización que pudimos tener, siempre se mostraron amables con nosotros. Cuando escalábamos por nuestra cuenta paraban a vernos y hasta aplaudieron a un amigo cuando cayó haciendo una movida difícil. Nunca dudaron en ofrecernos un lugar para almorzar o invitarnos a más actividades.

Antes de irnos, una señora me detuvo y me dijo “¿Ya se van? ¡Por favor vuelvan el próximo año!”. La sinceridad con la que dijo esa frase me conmovió, parecía que en verdad había disfrutado nuestra compañía y realmente nos quería volver a ver. Le sonreí enternecida y le dije “Volveremos.”

Fue un muy buen viaje.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que paja!

RoCkZiTo dijo...

Buena experiencia la que cuentas y aun mas haciendo lo que te gusta... Es normal todo el achaque que te halla dado.
Sigues viajando y que esto te sirva que tienes mucho por conocer y explorar.